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JORGE CASTAÑEDA
Blog de literatura de la Patagonia
Mostrando 16 a 25, de 182 entrada/s en total:
14 de Mayo, 2014    POEMAS

HAN BROTADO LAS FLORES DE MIS CACTUS


HAN BROTADO LAS FLORES DE MIS CACTUS

 

Han brotado las flores de mis cactus.

Su color de azafrán, su terciopelo,

Y esa fosforescencia anaranjada

Que suma su color a mis momentos

Y alegra la rutina de mis actos.

  

Han brotado las flores de mis cactus

Y mi hija no se encuentra para verlos.

 

 Han brotado las flores de mis cactus

Bellas como corolas en secreto

Y tienen una gracia que engalana

La placidez tranquila de mi huerto.

 

 Han brotado las flores de mis cactus.

No lo hacen todos los años. Es cierto.

Pero algo ha de tener esta mañana

Para abrir su crisálida de fuego.

¡Oh, dicha del edén y de su pacto!

 

Han brotado las flores de mis cactus

Y mi hija no se encuentra para verlos.

 

Han brotado las flores de mis cactus

Y todo tiene una actitud de rezo:

Mi alma, el jardín, el árbol y la casa,

Y la fugacidad que tiene el tiempo.

 

Han brotado las flores de mis cactus

Y mi hija no se encuentra para verlos.

 

 

 Jorge Castañeda

Valcheta (RN)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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30 de Abril, 2014    CRÓNICAS

LOS HERMANOS PILQUIMAN


LOS HERMANOS PILQUIMAN

 

Solamente el timorato puede hablar con tanta soltura sobre las cosas que desconoce. Y solamente  los políticos de turno creen que por visitar raudamente algún paraje ante una emergencia conocen la penuria de la gente que vive en la zona rural de la provincia de Río Negro, sobre todo en la meseta de Somuncurá.

 

Hay que vivir en ella poblando campos estériles donde solo se ve la pura piedra, el coirón achaparrado por el viento y en épocas de invierno hasta los alambrados congelados por la helada.

 

Es dura la vida en la meseta para los hombres que la habitan con su puñado de animales, invariablemente unos pocos caprinos o yeguarizos, que es lo que esos campos olvidados de la mano de Dios permiten. Su geografía austera donde nada se regala va templando el alma de estos hombres y mujeres que tienen la osadía de poblarla y hacerla su lugar en el mundo.

 

En pocas ocasiones bajan a los centros o a los pueblos que a veces están a más de 150 kilómetros, por caminos imposibles, casi siempre cortados donde reinan los cañadones, las piedras estorban el paso de cualquier vehículo y las promesas de los funcionarios sobrevuelan en el aire. Generalmente cuando tienen que comercializar el pelo de chivo, vender algún animal para comprar los pocos vicios que serán su única subsistencia durante meses o cuando están enfermos.

 

Leña tampoco hay, la tierra de la meseta es mezquina hasta para eso. Y la temperatura en épocas de invierno baja hasta los 20 grados bajo cero. Se congelan las manos, el combustible, el agua para tomar y hasta el aliento de estos crianceros que siempre esperan tiempos mejores.

 

¿Cómo se puede hacer para conocer el sufrimiento de esta gente que está sola, impotente, olvidada y a la intemperie de toda justicia? ¿Quién se hace cargo de tanta desidia, de tanta negligencia, de tantas postergaciones?

 

La dieta cuando la situación lo permite es algún costillar de carne de potro, unos pedazos de galletas duras, el mate conversado en la intimidad del puesto y algunas tortas fritas de varios días si se tiene la suerte de tener harina.

 

Tampoco hay ropa que pueda abrigar tanto frío. Algunos pellones en los catres y  la compañía de los perros que a veces son los únicos compañeros fieles de la gente de campo. Pero lo más difícil de todo es encontrar un poco de solidaridad que abriga más que muchas cobijas.

 

Los hermanos Pilquimán son viejos pobladores de la meseta, conocidos por hospitalarios y por los turistas que se acercan a su rancho para sacarse algunas fotos con ellos.

 

Saben de las penurias que trae vivir en esas alturas de la meseta. Allí sí que las piedras hablan, las únicas tal vez que como ellos resisten el clima hostil y el abandono que como una espina de tunales se clava en la carne y en el alma.

 

Conocen su hábitat como la palma de su mano. Eso han sido siempre: crianceros. Luchando contra la sequía, contra las crecientes, contra las plagas que hacen desastres en sus pocos animalitos, contra la indiferencia de los que podrían cambiar un poco las cosas y no lo hacen.

Están ahítos de tantos sufrimientos y todo lo viven con una resignación que es de admirar. Hablan muy poco porque como otros habitantes de los parajes rurales tienen la dignidad de soportar en silencio sus propios males.Por, uno se pregunta  ¿de qué serviría quejarse? ¿Y quién como se dice ahora les prestaría la oreja?

 

Dicen que la meseta es linda y es cierto. Pero es una verdad a medias: la meseta también es dura y para habitarla hay que encallecer los sentimientos y curtirse en los mil contratiempos que la vida en la Patagonia presenta. Porque como decía Saint Exupéry: la meseta “resiste el corazón de los hombres”.

 

¿Se puede hablar de justicia cuando hay familias como los Pilquimán poblando algún lugar perdido en la geografía rionegrina? ¿Hay algún programa que contemple tamaña ignominia? ¿Qué estadística puede tabular la situación de estos provincianos que resisten a puro coraje la osadía de vivir en los campos? ¿Qué leyes regulan tanto abandono? ¿Qué inclusión les dará una mejor calidad de vida?

 

Como los hermanos Pilquimán y Teófilo Pazos hay otros muchos más que soportan sus desventuras esperando siempre un tiempo mejor. Son pobladores del infortunio y de la soledad.

 

Esperan con los ojos cansados de ver tantos años malos, tantas encrucijadas, sabiendo que mañana será igual o peor que hoy.

 

Tal vez algún día se haga justicia con ellos. Tal vez algún día se reconozca su sacrificio. Y tal vez algún día amanezca para ellos el sol de un mejor porvenir.

 

 Jorge Castañeda

Valcheta

 

 

 

 

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28 de Abril, 2014    CRÓNICAS

ENTRE MACONDO Y VALCHETA

Macondo
Valcheta

ENTRE  MACONDO Y VALCHETA

 

 

Macondo “una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

Valcheta, un pueblo asentando sus reales a la vera del arroyo homónimo cuyo remoto curso atisbaron los ojos asombrados de los primeros exploradores describiendo la pureza de sus aguas y la feracidad de sus pastos y en cuyos parajes aledaños los huevos de titanosaurios rigen su duermevela entre nidadas y cascarones.

Macondo donde Melquíades “fue de casa en casa arrastrando don lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se los había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos”.

Valcheta, donde las mojarras desnudas son una especie única en el mundo porque están desprovistas de escamas y escudriñan desde hace más de cien años de soledad las nacientes del arroyo mesetario, donde el brazo frío y el brazo caliente se unen en “La Horqueta”, confluencia y derrotero que busca su destino de arena y sal en el gran bajo del Gualicho.

Macondo cuyas casas “se llenaron de turpiales, canarios, azulejos y petirrojos” y donde “el concierto de tantos pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor que Ursula se tapó los oídos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad” y cuando “los gitanos encontraron aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga confesaron que se habían orientado por el canto de los pájaros”.

Valcheta donde las loradas parten inquietas y bulliciosas todas las santas mañanas desde los árboles de las riberas inquietando a propios y forasteros pero en especial orientando a los arrutados con alada y móvil precisión  de brújula con forma de bandada.

Macondo donde “las mariposas amarillas precedían las apariciones de Mauricio Babilonia” y aún “alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine”.

Valcheta, donde un árabe de los mal llamados turcos hubo pintado las gallinas de verde, rojo furioso, amarillo o fucsia para que nadie se imaginara que eran hurtadas por la noche de los gallineros más desaprensivos y para que ningún vecino las reconociera como propias.

Macondo, donde “el primero de la estirpe está amarrado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas” y donde “un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico” dejó su huella implacable.

Valcheta, donde el negro Eusebio de la Santa Federación tuvo más ínfulas que un obispo, sin haber pisado nunca su suelo.

Macondo, donde “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Valcheta entre la elevación azulada de la meseta y el bajo salitroso del Gualicho; entre los “pozos que respiran” y la “piedra de poderes”; entre la “cueva de Curín” y la “puerta del diablo”; entre los árboles milenarios y la paz mítica de “la gotera”, donde la estirpe vieja de sus familiares aguarda un destino mejor y más auspicioso a la sombra de los sauces históricos que reverdecen por sus gajos con cada primavera.

 

 

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22 de Abril, 2014    CRÓNICAS

TAL VEZ ALGUN DIA ARROYO LOS BERROS…


 

 

TAL VEZ ALGUN DIA ARROYO LOS BERROS…

 

 

 

Los pobladores del paraje Arroyo Los Berros, ubicado en la Línea Sur rionegrina en las estribaciones de la meseta de Somuncurá, supieron conocer tiempos infinitamente mejores.

Otra era la historia del lugar cuando el agua de su pequeño arroyo regaba las huertas y el pueblito era un vergel. Ya se sabe que desde siempre en la historia de la humanidad el agua es vida. Corre por las acequias, riega los sembrados, irriga las arboledas y transforma hasta los polvorientos eriales en verdaderos oasis. Eso era la comunidad de Arroyo Los Berros. Un oasis en medio del desierto patagónico.

Los vecinos, pequeños productores laneros en su generalidad, vivían con cierta holgura. Tenían buenos vehículos y hasta podían enviar a sus hijos a estudiar en las ciudades.

Allí, en uno de mis viajes por la zona, conocí a don Manuel Cayul, el lonco de la  comunidad mapuche de Los Berros. Hombre cabal y preocupado siempre por la realidad de su lugar en el mundo. Me sabía contar de los esfuerzos por una vida más digna y de los proyectos para que el desarrollo y el progreso llegaran también a ese rincón perdido de la Patagonia.

La vida parecía transcurrir con menos urgencia que en las ciudades y siempre había tiempo para el apretón de manos, para la hospitalidad de puertas abiertas donde el mate y las tortas fritas alegraban el alma de los visitantes. Y casi siempre algún cordero al asador mientras el rasgueo de la guitarra en las manos de algún trovador local cuya voz enhebraba en décimas la vida tranquila del hombre de campo y sus faenas.

Pero la vida misma tiene sus cosas. Si bien el refrán dice que no hay mal que dure cien años la buena fortuna tampoco dura para siempre. Así fue y será la existencia de los hombres sobre la tierra.

Y hay acontecimientos que ninguna fecha infausta recuerda pero que de un solo golpe cambia para siempre la vida de pueblos y personas.

Por decisiones siempre ajenas a los lugareños un buen día se comenzó la construcción de un acueducto para llevar agua desde Los Berros hasta la ciudad minera de Sierra Grande.

Nadie consideró el perjuicio y el daño que dicha medida ocasionaría a los vecinos. Todos sabían que se condenaría a muerte al paraje pero nadie dijo nada. Tal vez haya sido sólo una razón numérica, pero ya se sabe que en estos tiempos impiadosos solo prevalece en quienes toman las grandes decisiones un sentido economicista  y las razones de los marginados y excluidos no cuentan para nada porque no dejan dividendos ni votos.

Y lo que era un oasis al perder el agua del cauce del arroyo que lo irrigaba dejó de serlo. El arbolado perdió su verdor, las quintas quedaron ociosas y los frutales a secarse.

Y luego una de las sequías más prolongadas e impiadosas solo trajo aparejado infortunios mayores.

Y así muchos vecinos bajaron los brazos y los jóvenes se fueron del lugar. ¡Qué difícil es vivir en estas regiones olvidadas de la mano de Dios! ¡Cuántos contratiempos hay que soportar!

Pasados los años Arroyo Los Berros nunca fue el mismo. Varios vecinos emigraron, don Manuel Cayul partió para siempre como no queriendo ver tanta desazón.

En estos días ha sido noticia debido a las intensas lluvias que asolaron el paraje. Aislado, con viviendas derribadas y evacuados. La naturaleza también sabe ser implacable y parece poner a prueba el carácter de su gente.

El acueducto ha sufrido también las consecuencias del aluvión y ha quedado fuera de servicio privando de agua a Sierra Grande.

¿Servirá esta experiencia para que los políticos tomen decisiones acertadas y no vuelvan a poner la bandera de remate a una localidad? ¿Para que comiencen a pensar en grande?

Tal vez algún día Arroyo Los Berros como muchos otros parajes patagónicos recupere sus momentos de esplendor. Tal vez sea noticia por las cosas buenas que también pasan. Tal vez algún día vengan tiempos mejores.

 

 

 

Jorge Castañeda

Escritor - Valcheta 

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16 de Abril, 2014    CRÓNICAS

LOS ARABES RIONEGRINOS

 

 LOS ARABES RIONEGRINOS

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo.  Con sus camellos y dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron la huella de sus caballos –según se dice los mejores del mundo- donde el viento y la arena con formas más cambiantes que las de Proteo las desdibujaban con persistencia y tenacidad.

Sólo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.

Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo de los soles calcinantes, los dátiles, las tormentas de arena, la leche de cabra, la cuajada blanca, el redondo pan al rescoldo, los morteros con su almirez, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.

El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Conservando una cultura varias veces milenaria pudiendo llegar a decir que allende fue formada la placenta del mundo y de la civilización. El cuño precioso de la vida. Las primeras ciudades: Baalbek, Biblos…, cargadas de historia y de cultura.

Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas ardientes, señores ya del arte de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y sus cuerpos por la túnica blanca como el color de las raras nubes que nunca supieron descargar el milagro del agua.

Sólo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a desierto traviesa, la libertad de vivir sin arraigo, solo las arenas “inconmensurables y abiertas” su lugar en el mundo. Y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar para arribar a otra nada igual a la de ayer.

Por eso tal vez la estirpe nueva de esos atrevidos hombres del desierto supo elegir después de bajar de los barcos temibles un  paisaje similar, cambiando cedros por araucarias, pero esta vez para echar raíces y formar familias que habrían de perpetuar los exóticos apelativos de su linaje oriental.

Y cambiaron un desierto por otro, ésta tan nuestro y cercano, que está aquí al alcance de la mano y también cerca de las estrellas de un hemisferio diferente: la región sur de Río Negro, en pleno corazón de la Patagonia, madre tierra de todos los desahuciados.

Y como allá en su lejano terruño también trajinaron el desierto nuestro para ejercer el comercio, ese viejo oficio que traían en su sangre. Y parieron en estas soledades de coirón y de basalto sus emprendimientos a los que bautizaron con toda la nostalgia de su corazón: “La Flor de Siria”, “El baratillo del Líbano”, donde nunca faltaba el anís compañero, el plato con aceitunas, la blancura del leven, el kepi crudo con burgol y menta, las fatay con carne de capón picada a cuchillo, los postres con pistacho y almíbar.

Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo (tengo el que era de mi tío), con la delicadeza gris del narguile para ocultar su nostalgia, con la persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.

Cambiaron un  desierto por otro. Se acriollaron, usaron indumentaria paisana, aprendieron las faenas rurales, su hicieron chacareros. Tuvieron hijos, familias con apellidos orientales y siempre el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.

Ese desierto que marcó las cicatrices de su ámbito en el alma de esos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no sólo suele levantar la arenisca de las dunas como allá, sino también las piedras y doblar la copa de los árboles a su antojo.

Porque el desierto es la circunstancia de estos pueblos, la matriz de su memoria genética, su forma de ser, la argamasa que los ha moldeado desde tiempos pretéritos. De allí viene su carácter, su sentido de la hospitalidad, su idiosincrasia, sus costumbres.

El desierto allá y el desierto acá. ¿Importa algo?

En cada patio, en cada casa de estos árabes gauchos y pioneros quedan todavía sus plantaciones de olivos y de viñas. Como allá. Como siempre hicieron. Sacando a la tierra árida y hostil los frutos de la subsistencia.

De esa sangre, de esa herencia, de esa prosapia yo también he nacido al mundo. Amed Ardín, abuelo legendario, tíos Mohamed y Michleb, colectividad del mundo árabe en Río Negro, Neuquén y en el mundo: en el día de la independencia del Líbano mi crónica los recuerda.

 

 Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 La Embajada del Líbano con la firma de su embajador Hicham Hamdan otorgó al autor de la nota “Diploma de Honor” por su obra literaria y el rescate de la cultura árabe.

 

 

 

 

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16 de Abril, 2014    CRÓNICAS

GARCIA MARQUEZ: EL OTOÑO DEL ESCRITOR

 

GARCIA MARQUEZ: EL OTOÑO DEL ESCRITOR


Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

La obra de los grandes escritores encierra un universo en sí mismo. Con sus claves, sus entresijos, sus obsesiones, sus fantasmas, sus iteraciones. Así fue con Cervantes, con Shakespeare, con Balzac, con Flaubert, con Proust,  con Kafka, con Sábato, con Borges y con cuántos otros.

La obra se puede decir que es la extensión del escritor, como hombre, como ser humano y revela el pensamiento más recóndito e íntimo, a veces inconsciente que se repliega en las profundidades del alma pero que de alguna forma se hace universal y atañe a casi todos los hombres. Porque de alguna forma la obra de un escritor es un espejo (¡siempre Borges!) que nos revela e interpela.  Por eso se puede afirmar que en algunos momentos todos somos Ulises, Hamlet, el Quijote, Madame Bovary, Martín Fierro, Gregorio Samsa, el duque de Bomarzo, doña Flor, la Maga, Oliveira, Traveler o Talita.

No hay lector de mi generación  que no se haya conmovido con los libros de Gabriel García Márquez y que no salga de ellos como decía el genial Megafón de Marechal “con los ojos reventados de imágenes”.

Por eso reitero; en algún momento hemos sido el viejo coronel esperando su pensión; el general perdido en su propio laberinto de viejas batallas, recuerdos y utopías; el padre Angarita levitando después de beber su taza de chocolate; Fermina Daza y Florentino Ariza viviendo un amor en los tiempos del cólera o  vaya Dios a saber en que otras circunstancias parecidas.

Ese es el milagro de la gran literatura, y el “realismo fantástico” del Gabo (por llamarlo de alguna forma) goza de buena salud porque todavía muchos como él creemos que “cuando Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana convertido en un gigantesco insecto, no  parece que eso sea el símbolo de nada, y lo único que nos ha intrigado siempre es qué clase  de animal pudo haber sido. Que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había genios prisioneros dentro de las botellas. Que la burra de Balaán habló –como dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiese grabado su voz y que Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y lo único lamentable es que nadie hubiese transcrito su música de demolición. Y que el licenciado Vidriera de Cervantes era en realidad de vidrio, como él lo creía en su locura, y que el gigante Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales de París”.

Es que el nuevo continente parió escritores tan desaforados y mágicos como su misma geografía, pero ninguno como el colombiano supo encontrarle su tono y su voz. Porque también la gran literatura es la pequeña región donde uno vive, goza y sufre.

Cuando un libro (alguien supo decir que al leer las primeras páginas sufrió un desmayo) nos atrapa y nos invita a acercarnos a otros del mismo autor sin defraudarnos, sin duda estamos ante verdaderas obras maestras de la literatura.

Y cuando los personajes, lugares y situaciones que se encuentran en su trama se hacen universales y reconocidos por su nombre en distintos lugares e idiomas y repetidos hasta el hartazgo, ya ese autor debe despojarse y dejar su obra en el regazo de los demás, porque pasa a ser un poco de todos o sea propiedad cultural de la humanidad.

Por eso cuando vemos en el titular una noticia que el copete dice: “crónica de una muerte anunciada”, o cuando al referirse a una ciudad o un pueblo donde pasan cosas sobrenaturales se escucha decir que es un macondo, o cuando conocemos la zaga heroica y cotidiana de una familia cualquiera y escuchamos compararla con la dinastía de los Buendía, sin ninguna duda que estamos incorporando a nuestra realidad de todos los días el imaginario narrativo de Gabriel García Márquez y eso lo hace un poco de todos, mérito que solo tienen los grandes escritores.

¿Acaso no se han escrito letras, estudios, tesis y hasta ballenatos en homenaje al Gabo  y también canciones a su Macondo cómo éstas?:

“Entre el hielo y los imanes/ Macondo es cualquier lugar/ con el galeón, con los clanes/ los Buendía, los Iguarán.  Cien años de las estirpes/ cien años de soledad/ con el buen o de Angarita/ quién no quiere levitar.  Cuando llegan los gitanos/ es tiempo para mercar/ de Úrsula son las alhajas/ de Arcadio poder soñar.  Los instrumentos lo dicen/ el progreso lo dirá/ hasta la tierra es redonda/ nadie lo puede negar.  Mariposas amarillas/ por Macondo volarán/ a Mauricio Babilonia/ sus vuelos anunciarán.  Las encías muy orondas/ de Melquíades sonreirán/ su dentadura postiza/ solo acusa novedad.  García Márquez lo supo/ Macondo es cualquier lugar/ Todos somos Buendía/ todos somos Iguarán”.

García Márquez como otros grandes escritores siempre gozará de buena salud.

 

 

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14 de Abril, 2014    CRÓNICAS

MALDITA SEQUIA

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta

 

 MALDITA SEQUIA

 Dionisio Manfiqueo es un poblador del paraje “Las Mochas”, en el interior más interior de la provincia de Río Negro. Vive a la intemperie de toda soledad cuidando el pequeño capital de su majada de chivos, que es el único y escaso bien que le queda.

Su hermano Santiago hace tiempo que se fue del lugar a buscar mejor suerte en Valcheta, donde se encuentra afincado realizando changas de todo tipo. Como Dionisio nunca supo  bajar los brazos  le pelea a la vida trabajando fuerte y de cualquier cosa. Se fue cansado de tanta lucha y porque sabía que el campito no daba lo suficiente para vivir los dos.

Dionisio soportó el frío inclemente de los inviernos y el viento helado que se hace sentir en esos lugares perdidos de la mano de Dios. En verano en cambio el sol implacable parece achaparrar más las escasas plantas de la estepa y reverbera por los riscales resecos de las picadas.

A veces en las tardecitas después de encerrar los animales Dionisio saca la acordeona de su estuche y toca trabajosamente algún valseado. La música lo distrae de tantas amarguras pero en otras lo pone triste porque se acuerda de su padre. En sus manos sí que la acordeona parecía que hablaba. Eran tiempos felices. La hacienda crecía a cada señalada, la lana tenía precio, con la esquila se podían pagar las deudas de todo el año contraídas en los comercios del pueblo, la potrada estaba gorda y casi nunca faltaba un chivito dorándose al asador.

Y sobre todo porque llovía. Parecía que la lluvia era una bendición de Dios que acordarse de los pobres. El campo estaba lindo, había pastos y las aguadas llenas. No como hoy que está todo seco, con remolinos de polvo y hasta la sabandija pequeña implorando un poco de agua.

Pero no hay nada que hacer, hace años que no llueve lo necesario. Ya nada da para más: ni los animales, ni los campos, ni la paciencia de los pequeños crianceros como Dionisio.

La vieja camioneta F 100 está arrumbada en el galpón. Ya ni cubiertas tiene. Y si las tuviera; ¿de dónde sacar el dinero para viajar hasta el pueblo? Suerte que se tiene buena salud, sino…

El Ente de Desarrollo de la Región Sur nació para eso: Para solucionar y aliviar las dificultades que los pequeños productores enfrentan a diario, pero de nada ha servido. ¿Qué pueden hacer los técnicos ante tanto desamparo? Hay programas para todo menos para esos hombres que están perdidos en los parajes esperando tiempos mejores. ¡Maldita sequía! Sólo le quedan algunos pocos animalitos y unos perros famélicos por toda compañía.

Dionisio Manfiqueo lleva una vida dura y curtida: tiene que cuidar los poquitos animales que le quedan, pelear a brazo partido contra las plagas, los zorros y los pumas y a veces hasta contra la jauría de perros cimarrones.

Suele por las tardes tomar algunos mates y freír unas tortas fritas sin levadura mientras le queda un poco de harina y de yerba. Y otra vez la acordeona. ¡Maldita sequía!

Dicen que la vida en el campo es linda. Que no hay que despoblarlos y cuántas otras tonterías. Tendrían que estar en el cuerpo y en alma de hombres como Dionisio para saber cómo es la cosa.

Por otra parte, si lloviera ¿qué solución sería? Costaría años repoblar las majadas, volver a juntar el pequeño capital para una subsistencia digna y sobre todo recuperar las ganas y la poca fe que queda.

Estos años no son buenos para los productores. Los campos se van abandonando y los muchachos buscan en los poblados una mejor forma de vida, que en tiempos de crisis difícilmente encuentran.

Los puestos se convierten en taperas y una tristeza sin par se instala en las cosas y en la gente. Una impotencia, un bajar los brazos y sensación enorme de sentirse solo.

Dionisio Manfiqueo ama ese lugar perdido en la geografía rionegrina. Acá tiene los mejores recuerdos de cuando era niño, de su madre y de su padre, de su abuelo,  de su caballo favorito, de sus días de caza de guanacos, del olor a lluvia cuando el cielo estaba encapotado.

Son recuerdos que valen mucho y que no tienen precio. ¿Cómo abandonar el campo? ¿Por qué darse por vencido así porqué sí?

Como sus abuelos y sus padres Dionisio sabe esperar sin quejarse. Porque quejarse es perder la dignidad y es lo único que les queda. Esperar que los políticos comprendan la situación del hombre de campo, esperar un poco de solidaridad, esperar tiempos mejores, esperar que llueva, esperar…

El campo está todo árido, el viento levanta polvaredas, los caminos casi borrados, los animalitos exangües. Hasta la esperanza es poca en estas regiones del sur rionegrino.

¡Maldita sequía!

 

 

Jorge Castañeda

Escritor - Valcheta

 

 

 

 

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05 de Marzo, 2014    CRÓNICAS

Una crónica para Maradona ● Jorge Castañeda


Los mitos sobrevuelan en el ánimo y el alma de los argentinos. Y con ellos hacemos nuestras catarsis colectivas como antes supieron hacerlo los griegos en las gradas de sus teatros.
Por eso Gardel cada día canta mejor. Por eso caló tan hondo en el alma de su pueblo. Por eso su voz es nuestra voz, su pinta es nuestra pinta, su éxito es nuestro éxito. Porque el “Morocho del Abasto” supo se cabalmente lo que deberíamos ser los argentinos.
Y también Evita, la Abanderada de los Humildes. El trasunto de un pueblo que se elevó a sí mismo para identificarse con la rebeldía y el poder.
Por eso el Che, su gesta libertaria de coraje y aventura fue la nuestra, el espejo de lo que anhelábamos ser en aquellos años no tan lejanos de utopías no desmerecidas y avatares heroicos.
¿Y Maradona? ¿Cuántas personalidades múltiples habitan en el alma a veces arrutada del Diego de la gente?
El muchacho de Villa Fiorito, el de los jueguitos maravillosos con su amiga: la pelota, esa que “no se mancha”. El ídolo, el Pelusa de las inferiores de Argentino Júnior, el mejor de todos, el campeón, Maradoo, la Mano de Dios, el del gol increíble a los ingleses, el hincha número uno de Boca, el del tatuaje del Che, el cubano por adopción, el héroe de Nápoles, el simpatizante de Hugo Chávez, el admirado en todo el mundo, más famoso que el mismo Papa. El rebelde, el trasgresor como Borges, como Charly, la piedra en el zapato para los poderosos de la FIFA y de los grandes intereses del negocio del fútbol. El que nos mueve el andamio, el que patea el tablero, el que desafía las estructuras y al que pocas veces se le escapa la tortuga.
Pero también el que alguna vez perdió con las drogas, el que resiste ante tanta estupidez suelta y al acoso pegajoso del periodismo amarillo y de todos los colores. El de la mueca en la cara frente a la cámara para soltar la broca contra los intelectuales de pacotilla. Al que le “cortaron las piernas”. El que siempre tendió al diez en un país de mediocres que viven para zafar. El de los exabruptos contra algunos periodistas ya armado de palabra o escopeta. El gordito que alguna vez fue, el del síndrome de abstinencia, el mismo muchacho del potrero y de la alegría perdido ante las luces de este nuevo siglo globalizado y febril que ya le es extraño y pesado.
El Director Técnico del seleccionado argentino de fútbol que lo recibió cuando las papas quemaban. Alcanzando la pelota de taquito, de traje y corbata, con el rosario en las manos, defendiendo el juego limpio, escuchando a sus asesores.
Maradona el de la derrota. El del llanto fácil y las palabras cortadas. El abatido en la conferencia de prensa. La cara visible de otro sueño frustrado. De un fracaso colectivo. Al que le pasaron facturas aprovechando el momento. Al que denigraron cuando antes lo elogiaron para ponerlo en el panteón de los mejores, Lágrimas y sonrisas. La fiesta de máscaras donde se ven caras y no corazones.
Maradona el renunciado. Personaje de un sainete que nunca termina. Del conventillo de la paloma donde los dueños de la patria futbolística son actores de cuarta y un elenco de periodistas que da lástima.
Maradona el de los escándalos familiares, que deben ser suyos si privacidad hubiera, Maradona el zafado, el irónico, el amenazador, el de la patada fácil y el escopetazo rápido.
Pero también como el ave fénix a veces el Diego vuelve diciendo verdades más grandes que una casa. Que solamente él puede decirlas, porque está más allá de todo. Y cada cual es dueño y señor para expresar lo que siente. Es sincero en una corte de hipócritas que para adentro son peores que él, pero sin nada de su talento.
Maradona es Maradona. Y lo será para siempre. A pesar de muchos.

Del libro CRONICAS & CRONICAS
de Jorge Castañeda

Palabras claves
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25 de Febrero, 2014    CRÓNICAS

El último que apague la luz

Seguramente que quién transite los parajes de la Región Sur saldrá como Megafón –el genial personaje de Marechal- “con los ojos reventados de imágenes”.

En el interior rionegrino hay a la intemperie de todos los designios una treintena de pueblitos que agrupa a los crianceros de la región y sus familias, con su pequeña escuelita, a veces un destacamento de policía y con más suerte una salita de primeros auxilios.

Los caminos vecinales para acceder a los mismos están intransitables. Ni por caridad (esa virtud teologal que engendra fe y esperanza) algún funcionario sensible se acuerda de enviar alguna máquina. Pero hablan de inclusión, de justicia social y de otras entelequias que ni ellos mismos creen.

Tuvieron sí, hace algunos años, sus momentos de esplendor cuando un mandatario cabal como Mario José Franco llegó a cada uno de esos parajes con la transformación de su gobierno: escuelas albergues (hoy ignominiosamente cerrados) energía eléctrica, puestos sanitarios, entrega histórica de títulos de propiedad, créditos tutelados para la compra de lanares o vacunos, pero en especial con su presencia para conversar con los pobladores y atender sus necesidades, las que luego derivaba a sus ministros y secretarios. Y siempre tenían respuestas. Sin embargo los liliputienses que nunca faltaron lo criticaban porque solía llegar acompañado por la banda de música de la policía, como si fueran rionegrinos de tercera.

Aparte don Mario no hablaba ni obraba de oído: Mario Franco conocía cada paraje como la palma de su mano y también a la mayoría de los vecinos. Era otro más con ellos y nunca los olvidó. Así de alguna forma también lo fue el entonces gobernador del Territorio el Ing. Pagano.

Hoy a más de cuarenta años la realidad de los parajes es otra. Hasta las condiciones climáticas parecen haberse ensañado con los pequeños productores diezmando sus majadas y llevándose hasta la esperanza. El viento que levanta remolinos de polvo, el olvido y la pobreza que nunca viene sola.

En materia sanitaria a veces no hay ni siquiera una ambulancia para el traslado y el enfermo debe ir en la camioneta de algún vecino, si tienen la suerte de disponer del dinero para el combustible.

En lo que a educación respecta el ajuste ha recaído en forma brutal sobre los parajes. Decisiones tomadas desde los despachos ministeriales que no contemplan el futuro de los niños del interior rionegrino.

El programa de control de la hidatidosis por razones meramente económicas no se hace más o se hace a los ponchazos, como casi todo en esta bendita provincia.

No hay una política uniforme en el control de plagas. Y el Ente para el Desarrollo de la Línea y Región Sur (en cuyo territorio están asentados la mayoría de los parajes) está paralizado con fuertes problemas internos, denuncias por maltrato, gastos burocráticos por afuera del Directorio y prácticamente desentendidos de la problemática de toda la zona.

Estas cosas sinceramente no parecieran importarles mucho a los actuales funcionarios. Están en otra: en sus mega sueldos, con el nepotismo de los cargos para parientes y amigos, con sus privilegios de casas alquiladas que paga el estado, con sus viajes en avión o en cómodos vehículos de alta gama.

No todos, porque generalizar es malo y también hay algunos que se comienzan a solidarizar con estas situaciones y a obrar en consecuencia.

Es lo que se espera de ellos; que no se olviden que están ejerciendo los cargos provinciales por el mandato de quienes los han votado y que esperaron de su gestión tiempos mejores.

Los hombres y mujeres que aún viven y trabajan en los parajes son dignos de todo encomio. Son la parte oculta de esa Argentina invisible que soñó Eduardo Mallea en alguno de sus libros.

Esos pobladores, esos argentinos, -al decir del escritor- “que llevan en el corazón el sentimiento severamente exaltado de la vida, las manos con el gesto de dar y la espera eternamente presente en sus pupilas”.

A esos hombres y mujeres que viven cotidianamente en los parajes les debemos respeto, admiración y solidaridad. Por todo lo que han dado. Por esa idea de limpia grandeza de su tierra. Por soportar en silencio “la depredación llevada a cabo contra sus conciencias y por el asalto y la violación de su domicilio moral”.

En lo personal debo agradecer a los muchos lectores que me alientan para seguir escribiendo sobre estos temas y también puedo decir como Mallea que “después de intentar durante años paliar mi aflicción inútilmente, siento la necesidad de gritar mi angustia a causa de mi tierra, de nuestra tierra”, en este caso la región sur de Río Negro.

Porque algo debemos debe hacer. De cada uno es la responsabilidad. Sino, literalmente, que el último apague la luz.

Jorge Castañeda

Valcheta.

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13 de Febrero, 2014    CRÓNICAS

La otra sequia

Solía decir Carlos Di Fulvio “que al ver tanta pobreza el corazón le dolía”. Seguramente no se refería a la Región  Sur de Río Negro, pero nuestro cantor local Rubén Tatano Lucero en uno de sus temas a la meseta de Somuncurá escribió que hay “unos ranchitos, hilachas del monte al viento y al sol. Si vieras Diosito la inmensa pobreza de aquellos paisanos que son del lugar”.
¿Cómo –me pregunto- el cronista, el poeta, el periodista,  debe hacer para transmitir el infortunio del poblador rural de Río Negro? ¿De dónde sacar las palabras para reflejar la situación por la que atraviesan los hombres de campo? ¿Cómo se puede hacer para conmover el corazón de los políticos y de los técnicos?
Los productores de la zona están cansados. Han comenzado a bajar los brazos. De majadas de tres mil ovejas hoy con mucha suerte quedan doscientas. Unas pocas chivas, algunos yeguarizos y donde se puede vacas. Pero no hay agua: las aguadas están secas, en las lagunas los torbellinos de tierra levantan nubes de polvo. Da lástima tanto penar. Las osamentas de los animales van jalonando los campos con una impotencia que parece a nadie le importa.
Van para diez años de sequía y hace cuatro meses que no cae una sola gota de agua. Las plagas se enseñorean diezmando aún más los pocos animales que quedan. Y los camiones aguateros desfilan por los polvorientos caminos para tratar de salvar algo. Ese algo que es la subsistencia de una familia, la escuela de los chicos, las expectativas de una vida mejor.
¿Cómo explicarle a ese poblador que no se debe abandonar los campos? ¿Cómo decirle que hay que esperar tiempos mejores? ¿Cómo hacerle entender que se seguirán haciendo estudios para buscar agua?  ¿Quién atiende sus reclamos? ¿Cómo decirles que para hacer un viaje al pueblo en combustible tienen que gastar el trabajo de dos meses? ¿Quién les explica de cepos cambiarios, del precio del dólar blue o  de devaluaciones a quién tiene los bolsillos vacíos?
A veces pareciera que la sequía que más duele es la otra. Esa que se enquista en los despachos de los  ministerios y de las secretarías. La que ha secado los sentimientos del corazón de los hombres y mujeres, la que rige con la indiferencia, la postergación y el olvido. La que campea en los expedientes y en el rigor impositivo de los recaudadores. La que hace política barata con los subsidios, la que se instala cada cuatro años en las boletas electorales, la que viaja con las comitivas y exalta las promesas desmerecidas de siempre, la que vive en forma permanente llenando planillas y haciendo medulosos estudios que siempre terminan en nada.
La esperanza del poblador rural está tan deteriorada como los caminos vecinales, donde una máquina no pasa ni por casualidad.
Nadie puede venir a poner la oreja a los pobladores de la Línea Sur porque de eso ya están cansados. Cambian los nombres y recurrentemente vienen con buenos viáticos y mejor pitanza a escuchar lo que ya saben de memoria. Aparte, señores, de tomar contacto con la realidad, de analizar la problemática, de implementar programas que nunca han dado resultados, ya están todos hartos, pero como al hombre de campo le sobra prudencia escuchan las letanías y no dicen nada. Porque a las palabras en estas regiones perdidas de la mano de Dios se las lleva el viento.
¿Cómo afrontarán las clases los niños de la meseta? ¿Habrá precios cuidados para tanto abandono? ¿Importaran algo o serán un número más del ajuste educativo que cierra cargos y escuelas? ¿Cuándo entenderán, muchachos, que el problema  no es una cuestión numérica o de matrícula sino de atender con cierta equidad y justicia a todos los ciudadanos por igual? ¿Adónde enviar a esos niños, aunque sean pocos? ¿Qué residencias escolares recibirán tanta inequidad, tanto oprobio?
Saber estas cosas y no decirlas a veces es traición a la patria. Es mirar para otro lado y saberlas y no hacer nada es pecado de omisión, el más terrible de todos. Y ¡hay de aquellos que tienen responsabilidades y por no comprometerse asienten y callan!
Pero deberán recodar los rostros de los hombres y mujeres del interior rionegrino porque los interpelaran para siempre, tal vez no les quiten el sueño ni les mermen sus abultados sueldos,
pero tendrán una dignidad difícil de encontrar, que ellos no conocen ni por asomo.
Hablan de compromiso político pero se olvidan que el mayor compromiso es con el prójimo, con la vida, con los valores y con la inocencia de la gente.
No es el tiempo para los tibios y para los timoratos. El toro hay que agarrarlo por las astas. Hoy y ahora es el tiempo. Y con decisiones, porque se sabe: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Así, tan simple. Sin conferencias de prensa, sin bombos ni platillos.
Lo de la sequía es lo de menos. Puede seguir sin llover. Pero lo que es realmente importante es tener funcionarios sensibles y ejecutivos, compatriotas solidarios, periodistas valientes que hablen de estas cosas, un pueblo fraterno y así la historia se podría escribir de otra manera.
Jorge Castañeda
Valcheta (RN)

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publicado por lineasur a las 09:25 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
SOBRE MÍ
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Jorge Castañeda

Escritor nacido en Bahía Blanca (Pcia. de Buenos Aires) el 23 de Agosto de 1.951, se radicó desde el año 1953 en la localidad de Valcheta, Pcia. de Río Negro.

Entre sus obras publicadas pueden citarse, entre otras, "La ciudad y otros poemas", "Poemas sureños", "Poemas breves", "Sentir patagónico", "Arturo y los soldados", "Como Perón en el cuadro", "Poemas cristianos", etc.

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Jorge Alberto Castañeda
Escritor y periodista de Valcheta, localidad ubicada en la Patagonia Argentina
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